La sombra sobre Innsmouth
H. P. Lovecraft
78 páginas.
1931
Sinopsis
Se cuentan terribles relatos sobre el pueblo Innsmouth, un pueblo pesquero que antaño fue próspero, pero que ahora se halla sumido en la pobreza. La causa de la degradación se achaca a una epidemia procedente de un barco y que azotó sin piedad al pueblo. Sin embargo, las malas lenguas hablan sobre pactos con el diablo. Son pocos lo que se aventuran a viajar a ese pueblo, pues muchos extranjeros no han regresado tras viajar a Innsmouth. Pese a todo, el protagonista de esta historia, un viajante en busca de sus orígenes familiares, se siente atraído por el pueblo y decide visitarlo de pasada hacia su destino final. Pero, para su desgracia, se ve obligado a pasar la noche en el pueblo. ¿Estará preparado para conocer los macabros secretos del pueblo?
El viaje al infierno tiene cinco capítulos, y como es costumbre en las narraciones de Lovecraft está contado en primera persona.
Capítulo I.
Citas:
«Es un viejo maniático y extravagante que no sale de su casa para nada. Dicen que ha contraído una enfermedad de la piel o que le ha salido alguna deformidad, y no se deja ver. Es nieto del capitán Obed Marsh, que fue el fundador del negocio. Parece que su madre era extranjera, dicen que procedía de los Mares del Sur; así que se armó la gorda cuando se casó con una muchacha de Ipswich, hace cincuenta años. A la gente de por aquí no le gustan los de Innsmouth, y si alguno lleva sangre de Innsmouth procura siempre ocultarlo.»
«Algunos tienen la cabeza estrecha y rara, con la nariz chata y aplastada; y tienen también unos ojos fijos que parece que nunca parpadean, y una piel que no es como la piel normal que tenemos los demás; es áspera y costrosa, y a los lados del cuello la tienen arrugada o como replegada. Se quedan calvos muy jóvenes, también. Los más viejos son los que peor aspecto tienen…»
«No fue mi sensibilidad estética lo que me hizo abrir literalmente la boca ante el sobrenatural esplendor de aquella portentosa fantasía que descansaba sobre un cojín de terciopelo rojo. Incluso ahora sería incapaz de describirlo con precisión, aunque no cabía duda de que era una tiara, como decía la inscripción que había leído. Su parte delantera era muy elevada, y su contorno ancho y curiosamente irregular, como si hubiera sido diseñada para una cabeza caprichosamente elíptica. Parecía de oro, aunque poseía una misteriosa brillantez que hacía pensar en una aleación con otro metal de igual belleza y difícilmente identificable. Su estado de conservación era casi perfecto. Me podría haber pasado horas enteras estudiando los sorprendentes y enigmáticos adornos — unos, simplemente geométricos, otros, sencillos motivos marinos —, cincelados o moldeados con maravillosa habilidad.»
La historia comienza por las acciones que el gobierno toma por que ha recibido y verificado información acerca de cosas extrañas que pasan en un pequeño pueblo pesquero, donde los habitantes tienen extrañas deformidades y costumbre que no auguran nada bueno.
El arrecife del diablo ha sido torpedeado y se han dejado caer explosivos de profundidad. Los visitantes esperan que sea suficiente para cerrar este capítulo. O por los menos el «soplón» espera que estas acciones borren de la faz de la Tierra, el horror del que ha sido testigo.
La misión que se ha auto impuesto es la de buscar sus orígenes. Y de manera casual llega a un pequeño museo donde le mostraran una pieza de la que no tiene idea que será muy importante para su búsqueda.
Capítulo II.
Citas:
«Cuando volvió a salir de la droguería, me fijé más en él y traté de descubrir el motivo por el que me había causado tan mala impresión. Era un hombre flaco, de hombros caídos y uno setenta de estatura o tal vez menos. Llevaba un traje azul raído y una deshilachada gorra de golf. Debía tener unos treinta y cinco años, aunque las dos arrugas que le surcaban el cuello a ambos lados le hacían parecer más viejo, si no se fijaba uno en su rostro inexpresivo y apagado. Tenía la cabeza estrecha y unos ojos saltones de color azul claro que no pestañeaban; su barbilla y su frente eran deprimidas, y tenía unas orejas más bien rudimentarias y atrofiadas. Sus labios eran grandes y abultados; sus mejillas, cubiertas de poros abiertos y de costras, daban la sensación de carecer casi totalmente de barba, aparte algunos pelos amarillos tan irregularmente repartidos por la cara, que junto con las rugosidades de la piel, más que otra cosa parecían calvas producidas por alguna enfermedad. Sus manos enormes, surcadas de venas, eran de un increíble gris azulado; tenía los dedos sorprendentemente cortos y desproporcionados, como encogidos hacia adentro de sus tremendas palmas. Al dirigirse hacia el autobús, noté su forma bamboleante de andar. Sus pies eran igualmente desmesurados, y cuanto más se los miraba, más difícil me parecía que pudiera encontrar zapatos a su medida.»
«Al llegar el autobús a la zona llana donde se alzaba el pueblo comencé a oír el murmullo monótono de una cascada en medio de un silencio impresionante. Las casas, desconchadas y torcidas, se fueron arrimando unas a otras, alineándose a ambos lados de la carretera, y ésta se convirtió en calle. En algunos sitios se veía el pavimento adoquinado y restos de las aceras de baldosa que en otro tiempo habían existido. Todas las casas estaban aparentemente desiertas. De cuando en cuando, entre las paredes maestras, se abría el vacío de algún edificio derrumbado. En todas partes reinaba un olor nauseabundo e insoportable de pescado.»
«Se oían cosas la mar de raras. Decían que las casas del puerto se comunicaban entre sí mediante una serie de subterráneos secretos, y que el barrio era un auténtico vivero de monstruos deformes. Era imposible saber qué clase de sangre les corría por las venas, si es que les corría alguna. Cuando llegaba al pueblo algún enviado del Gobierno o alguna personalidad, solían ocultar a los tipos más señaladamente repulsivos.»
Por azares del destino, llegar a Arkham será más difícil de lo que esperaba: solo hay una ruta disponible y tendrá que ser por un viejo y destartalado autobús que hará parada en Innsmouth, pueblo del que nunca antes ha oído hablar. Una vez que ha llegado, aprovecha el tiempo para pasearse por el raquítico y oloroso lugar, admirando su arquitectura; además de pasar por un breve momento por un museo que le mostrara una extraña reliquia.
En todo momento la sensación de estremecimiento le acompañara y será más notoria cuando comience a prestarle atención a los habitantes del pueblo.
Tendrá la suerte de encontrarse con un «normal» al comprar alimentos en uno de los pocos comercios del pueblo, quien le ayudara a orientarse en el pueblo debido a un mapa que le hace al momento y le obsequia, además, de algunos consejos que le conviene seguir, como las que zonas es importante que se mantenga alejado.
Capítulo III.
Citas:
«A esos seres les gustaban los sacrificios humanos. Hacía mucho habían subido también a la superficie y habían hecho sacrificios, pero finalmente habían perdido contacto con el mundo de arriba. Sabe Dios lo que harían con las víctimas; me figuro que Obed prefirió no preguntarlo. Pero a los paganos no les importaba demasiado, porque atravesaban una racha difícil y estaban desesperados. Así que, dos veces al año, entregaban cierto número de jóvenes a los seres de la mar: la noche de Walpurgis y la de Difuntos. También les daban algunas baratijas talladas que sabían hacer. A cambio, las bestias marinas se comprometían a darles grandes cantidades de pescado y ciertos objetos de oro macizo.»
«—¿Por qué no dice nada, eh usted? ¿Le gustaría vivir en un pueblo como éste, donde todo se pudre y se corrompe, donde hay unos monstruos escondidos que se arrastran y aúllan y ladran y brincan en sus celdas tenebrosas y en las buhardillas de cada esquina? ¿Eh? ¿Le gustaría oír noche tras noche los aullidos que salen de las iglesias y del local de la Orden de Dagon, a sabiendas de quién los lanza? ¿Le gustaría oír el vocerío que se levanta de ese arrecife de Satanás, cada noche de Walpurgis y cada noche de Difuntos? ¿Eh? Pero usted piensa que estoy completamente chiflado, ¿verdad? ¡Pues bien, señor!, ¡todavía no le he contado lo peor!»
En su recorrido, busca y se encuentra con el borracho del pueblo; el dependiente le ha comentado que puede obtener alguna historia interesante de su boca, siempre y cuando tenga a la mano la moneda de cambio correcta: una botella de whisky.
Este es el capítulo más largo y detallado de la historia. La historia salta varios años atrás y las pistas aun no encajan en la mente de nuestro protagonistas.
Capítulo IV.
Citas:
«Con ayuda de la linterna tomé lo que necesitaba de mi maleta, me lo metí todo en los bolsillos, me puse el sombrero y me acerqué de puntillas a la ventana para calcular las posibilidades de mi descenso. A pesar de las reglas de seguridad establecidas por la ley, no había escalera de incendios en este lado del hotel, y mis ventanas correspondían al cuarto piso. Como he dicho, daban a un patio lóbrego y encajonado entre dos edificios, ambos con sus tejados inclinados que alcanzaban hasta el cuarto piso. Sin embargo, no podía saltar a ninguno de los dos desde mis ventanas, sino desde dos habitaciones más allá, a uno o a otro lado. Inmediatamente me puse a calcular las probabilidades de llegar a una cualquiera de ellas.»
«Tenían todos un color gris verdoso, con el vientre blanquecino. La mayoría era de piel reluciente y resbaladiza, y sus dorsos jorobados estaban cubiertos de escamas. Sus figuras recordaban vagamente al antropoide, pero sus cabezas parecían de pez, con unos ojos prodigiosamente saltones que no parpadeaban jamás. A ambos lados del cuello les palpitaban las agallas, y sus grandes zarpas tenían dedos palmeados. Brincaban de manera irregular, unas veces erguidos, otras a cuatro patas. Su voz era una especie de aullido o graznido, pero evidentemente, constituía un lenguaje con todos los matices de expresión que les faltaban a sus semblantes impasibles.»
El raro conductor le dice que tendrá que pasar la noche en el único y desvencijado hotel del pueblo.
Al no quedar de otra y debido al «repelús» que los cuartos, pasillos y paredes le causan, decide dormir vestido.
Sabia decisión: no tardan en oírse ruidos detrás de la puerta de su cuarto y un sutil giro de llave; afortunadamente utiliza los pocos y pobres muebles para atrancar la puerta, así que no tardan en oírse improperios en extraños y acuosos respiros.
En las puertas de los cuartos aledaños se han dejado de sutilezas y los golpes son contundentes y continuos: debe salir a la brevedad si quiere conservar la vida y el único camino es utilizando la ventana para caer al patio.
En su desesperada carrera, y con una luz de luna que parece no querer ser su cómplice, tiene la oportunidad de ver de cerca a los habitantes que se ocultan de día, pero que hacen del pueblo su territorio por la noche.
Capítulo V.
Citas:
«Repasando las cartas y los retratos de los Orne, empecé a sentir una especie de terror hacia mis antepasados. Como he dicho, mi abuela y mi tío Douglas me habían inquietado siempre. Ahora, años después de haber desaparecido, contemplé sus rostros con un profundo sentimiento de aversión. Al principio no podía comprender la razón, pero poco a poco se fue imponiendo a mi subconsciente una especie de comparación, cuya remota posibilidad se negaba a admitir mi razón. Era innegable que la expresión característica de aquellos dos rostros me sugerían algo que antes no habría podido ni sabido comprender. En cambio ahora la sola idea de aceptarla me producía un pánico inenarrable.»
«A partir de ese momento mi vida ha sido una pesadilla de elucubraciones y pensamientos tenebrosos. Ya no sé dónde termina la espantosa realidad y dónde comienza la locura. Mi bisabuela era una Marsh de origen desconocido, y su marido había vivido en Arkham… Pero ¿no dijo el viejo Zadok que Obed Marsh había logrado casar a la hija que le diera su monstruosa segunda esposa, con un individuo de Arkham? ¿Y no había aludido el viejo borracho al parecido de mis ojos con los del capitán Obed? Y también en Arkham el conservador me había dicho que yo tenía los ojos típicos de los Marsh. ¿Era, pues, Obed Marsh mi tatarabuelo?»
Contrario a lo que pudiera pensarse, nuestro sufrido héroe logra escapar, oculto cerca de las vías del ferrocarril cercano al pueblo. Una vez que la luz del día se hace presente, el camino hacia la civilización es más fácil. Al anochecer ya se encuentra en Arkham, vestido con ropas limpias y con una comida decente en el estómago.
La curiosidad sigue viva, así que continua con sus pesquisas, es importante que sepa su árbol genealógico.
Esto será solo el aviso del final y tal parece que era necesaria que está terrible información estuviera en su cabeza, porque un proceso irreversible comienza a producirse: los cambios son rápidos y aterradores; su propio padre se dará cuenta y de manera involuntaria se empezara a retirar de su presencia.
Los continuos sueños de una gran ciudad sumergida, con un tempo y un palacio que parecen llamarle, crean un obligado regreso al pueblo de Innsmouth, por otra vía, con otra ropa y una nueva presencia.
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