El hombre invisible
H. G. Wells
Planeta de libros.
1897
155 páginas.
Sinopsis
Escrita en 1897, poco después de La máquina del tiempo, El hombre invisible cuyo personaje central ha alcanzado, como Drácula o Frankenstein, un lugar en el imaginario del mundo moderno da forma definitiva a uno de los motivos que habrían de cobrar más relieve, y en cierto sentido hacerse pavorosa realidad, en el siglo XX: el del uso irreflexivo e inescrupuloso del conocimiento científico y las consecuencias nefastas de ponerlo al servicio de causas egoístas o espurias.
Esta es la segunda lectura formal que hago de Wells. De escritura ágil y agradable, no se complica: las situaciones, los personajes y los lugares son simples, hasta la mitad de la narración, porque ahí es donde las cosas se ponen interesante.
Citas:
«El forastero no iba nunca a la iglesia y, además, no hacía distinción entre el domingo y los demás días, ni siquiera se cambiaba de ropa. Según la opinión de la señora Hall, trabajaba a rachas. Algunos días se levantaba temprano y estaba ocupado todo el tiempo. Otros, sin embargo, se despertaba muy tarde y se pasaba horas hablando en alto, paseando por la habitación mientras fumaba o se quedaba dormido en el sillón, delante del fuego. No mantenía contacto con nadie fuera del pueblo. Su temperamento era muy desigual; la mayor parte del tiempo su actitud era la de un hombre que se encuentra bajo una tensión insoportable, y en un par de ocasiones se dedicó a cortar, rasgar, arrojar o romper cosas en ataques espasmódicos de violencia. Parecía encontrarse bajo una irritación crónica muy intensa. Se acostumbró a hablar solo en voz baja con frecuencia y, aunque la señora Hall lo escuchaba concienzudamente, no encontraba ni pies ni cabeza a aquello que oía.»
«Soy un hombre invisible. No es ninguna locura ni tampoco es cosa de magia. Soy realmente un hombre invisible. Necesito que me ayudes. No me gustaría hacerte daño, pero, si sigues comportándote como un palurdo, no me quedará más remedio. ¿No me recuerdas, Kemp? Soy Griffin, del colegio universitario.»
Wells nos lleva de viaje a la campiña inglesa. Y es precisamente en el pueblo de Pielg, donde esta historia se desarrolla.
En ocasiones dramática, la mayor parte del tiempo propone una historia de mal interpretaciones (para los que pueden ser vistos) y de abusos (para el que no se puede ver).
Comenzamos de la mitad de la historia, pasamos con el principio con los recuerdos del hombre invisible, primero explicando cómo logró este «milagro» y después todas las situaciones por las que pasa (siempre desnudo, claro está). Lo interesante es que la descripción que hace Wells no solo aplica para lo físico si no también toca lo mental, vemos como los pensamientos del protagonista se van difuminando poco a poco: las ideas de abusar del don recién descubierto llegan y se van rápido para ser sustituidos por una vergüenza muy victoriana, soportado por una charla que muestra todos y cada uno de las veces que ha tenido que esconderse para no ser atrapado o asesinado, particularmente interesante es cuando se queda a dormir en unos grandes almacenes.
La difuminación de las ideas llegan al grado de no saber distinguir entre lo correcto o lo incorrecto. Entonces es cuando instalar un Reino de Terror con él al frente se distingue con meridiana claridad. Hay que declararle la guerra a Inglaterra y todos sus habitantes.
Como no puede ser de otra manera, el buen ciudadano, la ciencia y la justicia representados por el científico Kemp y el Coronel Adye, Port Burdock, se unen para hacer frente a este mal, pero quienes detienen al hombre invisible es el pueblo llano, demás está decir cuál es el fin que obtienes cuando te enfrentas a un turba llena de miedo.
Valor 10 de 10.
Uno de esos clásicos que parece que siempre estarán al ritmo de los tiempos que corren.
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